Liliana Maresca: la belleza y la sordidez del mundo

FOTOGRAFOS: Como un piedrazo en la cara de la sociedad, la poesía, la política y la vida se fusionaron en la obra de Liliana Maresca, una artista de los 80.

“Maresca se entrega a todo destino”. Fotoperformance publicada por la revista El Libertino en 1993. Foto: Alejandro Kuropatwa.
“Liliana Maresca se entrega a todo destino”. Fotoperformance publicada por la revista El Libertino en 1993. Foto: Alejandro Kuropatwa.

(Por Julia VIllaro / Clarín) – Una gran bufanda hecha de trapos; uno, dos, tres carritos cargados de cartones, bidones, escobas; titulares de diarios, carcazas de ataúdes: la obra de Liliana Maresca fue un piedrazo de realidad en la cara de la sociedad porteña, pero no por materialista, por política y físicamente comprometida, dejó ni por un segundo de abrigar un particular modo de belleza: el de su infinita vitalidad. Con obras hechas, en pleno fervor de la reapertura democrática, en colaboración con colegas y amigos –obras realizadas en lugares inesperados, obras con deshechos recolectados de la calle, obras abocadas al momento presente- y un manto de encanto, y de tristeza, dejado por la muerte temprana y dolorosa, una muestra retrospectiva sobre su carrera implica necesariamente un desafío: el de reconstruir la memoria de lo efímero, fragmentos y esquirlas de una obra que apenas comienza a alcanzar el reconocimiento que su autora se merece.

Curada por Javier Villa, El ojo avizor se hace cargo de ese desafío con rigor, admiración y respeto. Abarca sus años de producción más significativos –los que van de 1982 hasta su muerte en 1994- y las piezas más elementales –las foto-performances que realizó con Marcos López, las instalaciones en el Centro Cultural Recoleta, los anuncios publicitarios, las pequeñas piezas en madera y bronce-. En la tarea de reconstruir el universo maresquiano Villa cuenta con antecedentes importantes: el libro que reúne sus documentos, compilado por Gachi Hasper y publicado por el Centro Cultural Rojas, y Transmutaciones, la muestra curada por Adriana Lauría que pudo verse hace unos años en el Museo Macro de Rosario y en la sala Cronopios del Centro Cultural Recoleta, y que de alguna manera la volvió a poner en órbita. El ojo avizor profundiza en esa dirección, fusiona el archivo con la obra, la poesía con la política, y la vida, porque así de fusionado estaba todo en ella.

En compañía. Liliana Maresca, imágenes preparadas para presentar la instalación "Imagen pública. Altas Esferas". /Marcos López.
En compañía. Liliana Maresca, imágenes preparadas para presentar la instalación «Imagen pública. Altas Esferas». /Marcos López.

Fiel a su espíritu, que se sale de los moldes, la muestra empieza antes de la muestra, con la obra que Liliana Maresca realizó junto a Ezequiel Furgiuele en 1985 y que es el inicio de una serie de obras/intervenciones hechas en conjunto, Una bufanda para mi ciudad. Mientras que en ese momento la obra –un abrigo para una ciudad enfriada todavía por la guerra y la dictadura, un cobijo hecho de harapos amarrados con el que se invitaba a los espectadores a amarrar su propio trapito y pedir tres deseos- colgaba de la ventana de la galería Adriana Indik, ahora la bufanda, re-hecha en colaboración con el mismo Furgiuele, pende desde el primer piso hasta el hall del museo.

Caretas. Liliana Maresca y su denuncia frente al Bellas Artes. /Marcos López
Caretas. Liliana Maresca y su denuncia frente al Bellas Artes. /Marcos López

Paradojas del arte: mientras que el espíritu irreverente de la contra-cultura y el under de los ´80 que encarnó Liliana Maresca es lo que complejiza una exhibición como esta (porque las obras se resisten a ser conservadas, mercantilizadas e incluso exhibidas y hoy, a 30 años de su génesis, se encuentran destruidas o extraviadas) eso es también lo que estimula a generar lazos y conexiones que permitan su reconstrucción –otra vez los amigos, los colegas, la familia- y entonces la otra pata de ese mismo espíritu ochentoso acontece, cobra forma a través de la reunión, la celebración, la evocación conjunta de la vida y de la obra.

Acaso por eso lo primero que vemos al entrar en la sala sean esos cientos de Mascaritas que Liliana Maresca pintó y dibujó al borde de la ceguera, en sus últimos momentos, con sus últimas fuerzas. Cíclopes de bocas azules, y ceños verdes, caras de garabato y de fibrón, hechas en hojas arrancadas de un espiral, decenas de caras de colores brillantes pendiendo del techo, que cedieron para la muestra sus amigos, que esperaron durante años junto a anotaciones y cartas, en cuadernos: “Algunos tienen cinco, otros dos, algunos ninguna, pero para encontrarlas hay que preguntar y entablar relaciones con aquellos que la conocieron y cuentan su historia –escribe Villa-. Las Mascaritas son un portal de entrada tanto al mundo íntimo como social de la artista. Cada rostro pretendidamente genérico se vuelve una historia vincular y acercarse a ellos es acercarse a un mundo en necesaria comunión”.

Suerte de epílogo de su obra y umbral de la muestra, inmediatamente después de las Mascaritas volvemos al principio, a las obras de los primeros años, las intervenciones realizadas con Furgiuele y otros artistas que se van sumando, en distintos espacios de la ciudad; las series de foto-performances realizadas con Marcos López en las que Liliana Maresca posa en el edificio Marconetti (“el edificio de los artistas”, Paseo Colón al 1500); frente al Museo de Bellas Artes y la casa Rosada, o en su propia casa de la calle Estados Unidos, portando sus esculturas (algunas de ellas también pueden verse en la sala) como si fuesen corsets, hechos de caños, muebles y bustos de maniquí que intentan ceñir el cuerpo, o acunándolas maternalmente: contra el frío del metal o la rugosidad de la madera siempre su piel desnuda, su cuerpo des-enfadado.

Liliana Maresca, 1983. "Fotoperformance". /Marcos López
Liliana Maresca, 1983. «Fotoperformance». /Marcos López

En 1987 Liliana Maresca es diagnosticada con VIH y el registro de sus piezas cambia radicalmente. Sus materiales viran del deshecho al bronce y las ramas de árbol,sus piezas son pequeñas, herméticas, introspectivas. Obras de una fuerza contenida, reflexiva, punzante. Ramas con púas de metal, corteza áspera y opaca contra el brillo terso de los bronces. Pero en No todo lo que brilla es oro y La cochambre. Lo que el viento se llevó -tal el nombre de sus series- otra vez el estado anímico trasciende el de su propia vida y su propio cuerpo: “La fiesta terminó bastante rápido con los límites de la obediencia debida, el FMI, la prepotencia de los militares frente a un Alfonsín flojo –se lee entre sus apuntes-. Lo que el viento se llevó. Una democracia sin poder, el hambre que avanza y un ejército de cartoneros robándole a Manliba los residuos de los residuos”.

Como esa punta de bronce que asoma, filosa, entre el cemento y la estopa en su pequeña pieza Rebrote de 1990, Liliana Maresca brota a pesar del dolor y el desencanto. La mesura del metal no la enfría. Durante esos años, que serán los últimos, tienen lugar sus instalaciones más filosas. En la sala del museo se reproducen, incluso en sus dimensiones, las tres instalaciones que Liliana Maresca realizó en la sala 12 del Centro Cultural Recoleta: Wotan Vulcano –en la que la artista arrumba una serie de hediondas carcazas para cremación-, El dorado, señalamiento irónico de los cinco siglos de la colonización española- e “Imagen Pública, Altas esferas” en la que posa desnuda contra una serie de titulares de Página 12 que -de Cavallo a Clinton, de Olmedo a Sofovich- son un pantallazo áspero y certero de la decadencia política y cultural de ese momento: “Me desnudé para demostrar que yo también estaba metida en todo eso –explicaba-. Porque a mí también me afecta la corrupción, la tranza, toda esa cosa asquerosa que detesto de la sociedad pero que también me está pidiendo constantemente que defina posturas”.

Artista plástica, performer, poeta; princesa anárquica del under porteño que vislumbró un modo de habitar el arte poniendo el cuerpo, y el cuerpo haciendo arte, el legado de Liliana Maresca es un faro que permanecía, todavía, algo brumoso a las nuevas generaciones, y que acaso a partir de esta muestra pueda volver a refulgir con todo su esplendor. Un faro en el que la belleza y la sordidez del mundo logran convivir y se alquimizan, sabiamente, en un mismo objeto, en un mismo verso: “Gusanos me esperan/ seré su alimento/ y aquella parte más hermosa mía será/ perfume de magnolia”.

Muestra Liliana Maresca

Cuándo: Desde el 18/8
Dónde: Museo de Arte Moderno, San Juan 350.
Horarios: Martes a viernes de 11 a 19. Sábados, domingos y feriados de 11 a 20.Ç
Entrada: $30. Martes, gratis.

Poema:

En cualquier momento explotará

Mi pequeño cosmos

Dejo unos rastros

Entre los seres que me vieron ser

Un ser muy fuerte muy débil

Soy bella en la integridad

Lograda con esfuerzo

Fui más allá de mi condición

Valiente esparzo los dolores de crecimiento

En un mundo hostil

Precario

Dejo sonrisas

Tantos actos de amor como es posible

Tanto desprenderme de la posesión

Delego el mando de la vida

Que me empuja

Me flota en su río oscuro

Sé de estar conmigo

Callada y sola

Entre bullicios

Gusanos me esperan

Seré su alimento

Y aquella parte más hermosa mía será

perfume de magnolia

Algún fruto crecerá de las ruinas

Tuve muchos hijos

Generé canciones

Melodías

Colores y formas

Extendí la generosidad y el egoísmo

Sobre este mundo

En este país

Entre mis amigos

Este reconocimiento conmigo grande

Ensanchada

Pletórica de cosas verdaderas

Profundas

Transmutar

Seguiré transmutando

Hoy vuelvo a mi brillante

Que la pequeña luz deje de brillar

no cambia nada

Todo va a seguir igual

El alimento se desvanecerá

Alguna lágrima se resbalará

En el surco de alguna mejilla

Y cada uno se dedicará por si acaso

A vivir más su propia vida

(L.M. 1992/1994)

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